Editorial | El espectáculo repugnante de una ruptura: Cuando el odio consume a sus creadores

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Lo que presenciamos en la ruptura entre Donald Trump y Elon Musk no es más que un espectáculo grotesco, ridículo y francamente asqueroso. Es la viva imagen de cómo la retórica de odio y la polarización que promueve la ultraderecha, de la que ambos son abanderados, termina devorando a sus propios defensores en un torbellino de acusaciones mezquinas y pueriles.

Por un lado, tenemos a Donald Trump, el exmandatario que basa su discurso en la descalificación y el ataque personal, proyectando un odio visceral hacia todo aquello que no se alinea con su visión. Su reacción a la crítica de Musk, amenazando con retirar subvenciones y contratos gubernamentales, es una muestra clara de su talante autoritario y de cómo instrumentaliza el poder para silenciar la disidencia. Para Trump, la lealtad es ciega y cualquier desvío se paga con la aniquilación pública.

Por el otro, está Elon Musk, el autoproclamado genio tecnológico que ha coqueteado con posturas cada vez más extremas, sumergiéndose en el pantano de la desinformación y el discurso de odio en plataformas como 'X' (anteriormente 'Twitter'). Su respuesta a Trump, con insinuaciones sin pruebas sobre los "archivos de Epstein" y ataques personales, evidencia una caída en picada hacia la misma cloaca de calumnias que él mismo ha ayudado a crear. ¿Dónde quedó el visionario que soñaba con colonizar Marte? Ahora, parece más preocupado por ganar una guerra de insultos en las redes sociales, bajando al mismo nivel de su oponente.

Lo verdaderamente repugnante de esta ruptura no son solo las acusaciones mutuas, sino la hipocresía inherente. Ambos hombres se han beneficiado enormemente de un sistema que ahora critican o manipulan a su antojo. Trump, con sus negocios inmobiliarios y su presidencia; Musk, con las miles de millones de dólares en subvenciones y contratos gubernamentales para 'Tesla' y 'SpaceX' que ahora Trump amenaza con retirar. Parecen olvidar que la misma mano que les dio, es la misma que ahora les puede quitar.

Esta disputa es un recordatorio crudo y desagradable de que el odio, una vez liberado, es una fuerza imparable que no distingue entre amigos y enemigos. La ideología de ultraderecha, construida sobre la base de la división, la desconfianza y la agresión, tarde o temprano se vuelve contra quienes la propagan. No hay camaradería que resista el veneno de la polarización extrema. Cuando el único pegamento es el resentimiento, la ruptura es inevitable, y el resultado es este espectáculo nauseabundo que solo contribuye a degradar aún más el discurso público.

Es hora de reconocer que este tipo de "shows" no son entretenimiento, sino una peligrosa erosión de los valores democráticos y del respeto mutuo. La verdadera víctima no son Trump o Musk, sino el tejido social que se desgarra con cada intercambio de odio.

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