
Los tiempos que corren se tiñen de sombras inquietantes. El ascenso de la extrema derecha, el eco espectral de ideologías fascistas y la metástasis del neoliberalismo no son fenómenos aislados, sino las tres cabezas de un mismo Cerbero que amenaza con devorar los avances sociales y democráticos arduamente conquistados. Ante esta triple embestida, la respuesta del movimiento obrero no puede ser timorata ni complaciente. Se impone, con la fuerza de la historia y la urgencia del presente, un sindicalismo de combate.
No hablamos de una retórica vacía o de una nostalgia anacrónica. Hablamos de una necesidad visceral, de una estrategia ineludible para la supervivencia de los derechos laborales, la justicia social y la propia democracia. La extrema derecha, con su discurso de odio y exclusión, busca fracturar la unidad de la clase trabajadora, señalando chivos expiatorios y sembrando la discordia donde debe florecer la solidaridad. El fascismo, con su pulsión autoritaria, anhela silenciar las voces disidentes y someter a los trabajadores a la voluntad de un poder vertical y opresor. Y el neoliberalismo, con su lógica implacable de mercado y desregulación, erosiona sistemáticamente las protecciones laborales, precariza el empleo y ensancha la brecha obscena de la desigualdad.
En este escenario de tormenta perfecta, un sindicalismo que se limite a la gestión administrativa de convenios o a la negociación pasiva se convierte, involuntariamente, en cómplice de la demolición. Se requiere una fuerza viva, capaz de confrontar ideológicamente a la extrema derecha, de desenmascarar las falacias del neoliberalismo y de movilizar a la clase trabajadora en defensa de sus intereses fundamentales.
Un sindicalismo de combate no rehúye la confrontación cuando es necesaria. Utiliza la acción directa como herramienta legítima de presión, desde la huelga hasta la manifestación, para hacer valer las demandas de los trabajadores y frenar la voracidad del capital desregulado. No se conforma con migajas ni con acuerdos a la baja, sino que plantea demandas ambiciosas, conscientes de que los derechos no se mendigan, se conquistan.
Este sindicalismo entiende que la lucha en el centro de trabajo es inseparable de la batalla por una sociedad más justa. Se involucra activamente en la denuncia de todas las formas de discriminación, desde el racismo hasta la misoginia, comprendiendo que la división de la clase trabajadora es el principal arma de sus adversarios. Construye alianzas con otros movimientos sociales, tejiendo una red de resistencia que abarque las múltiples dimensiones de la injusticia social.
Pero, sobre todo, un sindicalismo de combate es un semillero de conciencia crítica y de organización de base. Empodera a los trabajadores, los educa sobre sus derechos y los alienta a tomar las riendas de su propio destino.
Fomenta la participación democrática en las estructuras sindicales, construyendo un poder popular que trasciende los muros de la fábrica y se proyecta en la esfera política.
La historia nos interpela. Los fantasmas del pasado acechan y las promesas de un futuro mejor se desdibujan bajo la sombra de la intolerancia y la avaricia. La respuesta no puede ser la inacción o la resignación. La hora exige un sindicalismo valiente, audaz y profundamente comprometido con la defensa de la dignidad humana y la construcción de un mundo donde el trabajo sea fuente de realización y no de explotación. La lucha es ahora, y la herramienta fundamental para enfrentarla es un sindicalismo de combate, forjado en la solidaridad y la convicción de que otro mundo es posible.
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