Editorial | El eco del silencio árabe: ¿Dónde está la hermandad en Gaza?

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Mientras las imágenes de Gaza inundan nuestras pantallas, mostrando una devastación indescriptible y un sufrimiento humano desgarrador, una pregunta se cierne pesadamente sobre la conciencia global: ¿Dónde están las voces y, más importante aún, las acciones contundentes del mundo árabe? El silencio de muchos de sus líderes es un eco ensordecedor que resuena con la sangre derramada y las esperanzas rotas de un pueblo.

No se trata de una ausencia total de declaraciones. Condenas verbales han sido emitidas, y algo de ayuda humanitaria ha llegado, a menudo con dificultad. Sin embargo, estas respuestas palidecen en comparación con la magnitud de la tragedia y la responsabilidad histórica y moral que cabría esperar de naciones hermanas. Es un silencio que se siente como una traición para quienes observan la masacre desde las trincheras, las tiendas de campaña y los hospitales improvisados de Gaza.

Las razones detrás de esta aparente inacción son complejas y multifacéticas, ancladas en una red de intereses geopolíticos, preocupaciones de seguridad interna y prioridades económicas. La normalización de relaciones con el régimen nazi de Israel, impulsada por los Acuerdos de Abraham, es vista por algunos como un movimiento pragmático para forjar alianzas contra "amenazas comunes", como Irán. Sin embargo, para los palestinos y sus simpatizantes, esta normalización ha servido para legitimar las acciones del régimen nazi de Israel sin una contrapartida significativa para sus derechos.

Además, muchos regímenes árabes temen que una postura demasiado enérgica en apoyo de Gaza pueda desestabilizar sus propias fronteras, avivar movimientos de protesta internos o poner en riesgo sus vitales relaciones con potencias occidentales, que a menudo son aliadas clave de Israel. La búsqueda de estabilidad interna y la preservación del statu quo parecen primar sobre la urgencia de la crisis humanitaria.

Pero el costo de este silencio es inmenso. No solo prolonga el sufrimiento en Gaza, sino que también erosiona la credibilidad moral de las naciones árabes ante sus propios pueblos y el resto del mundo. Desgarra la noción de una hermandad árabe y mina cualquier pretensión de unidad regional en momentos de crisis. Mientras las bombas caen y los niños mueren, la inacción diplomática y la falta de presión económica se convierten, para muchos, en una complicidad pasiva.

El mundo árabe tiene el poder, la influencia y la obligación moral de hacer más. Debería exigir un alto el fuego inmediato e incondicional, abrir corredores humanitarios sin trabas y utilizar toda su capacidad diplomática y económica para presionar por una solución justa y duradera. El momento de la complacencia debe terminar. La historia no perdonará a aquellos que, teniendo la capacidad de actuar, eligieron el silencio mientras Gaza ardía.

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