
La noticia ha llegado como un puñetazo en el estómago: Estados Unidos ha lanzado un ataque militar contra Irán. Las justificaciones, ya sean "represalias por provocaciones" o "protección de intereses", suenan huecas y predecibles.
Para cualquiera que haya seguido la política exterior estadounidense de las últimas décadas, este movimiento no es una sorpresa, sino la culminación trágica de una escalada orquestada, un nuevo capítulo en la interminable saga de la intervención imperial que solo promete más muerte, destrucción y desestabilización.
Desde esta tribuna de izquierda, no podemos sino condenar en los términos más enérgicos esta agresión. No hay "intereses" que justifiquen el bombardeo de un país soberano, el asesinato de civiles y la ignición de una conflagración regional de consecuencias impredecibles. Los halcones de Washington, con sus análisis simplistas y su insaciable apetito por el poder, han vuelto a imponer su agenda belicista, arrastrándonos a todos hacia el abismo.
Es crucial desentrañar la narrativa oficial que seguramente intentará blanquear esta barbarie. Se hablará de "amenazas a la seguridad nacional", de "terrorismo" y de la necesidad de "defender la democracia". Pero la verdad es mucho más incómoda: este ataque no es por la libertad, ni por la seguridad de nadie, salvo por la seguridad de los beneficios de la industria armamentística y la hegemonía estadounidense en una región rica en recursos energéticos.
La verdadera amenaza no proviene de Teherán, sino de la voracidad de un sistema que prioriza la dominación militar sobre la diplomacia, la vida humana y la autodeterminación de los pueblos.
Irán, a pesar de sus propias complejidades políticas y sociales, ha sido durante mucho tiempo un objetivo en la mira del imperialismo estadounidense. Décadas de sanciones económicas asfixiantes, de injerencia en sus asuntos internos y de demonización constante han sentado las bases para este momento. No podemos ignorar el historial de golpes de estado, el apoyo a regímenes despóticos y las intervenciones militares que Estados Unidos ha perpetrado en Oriente Medio y más allá. Este ataque contra Irán es, por tanto, una continuación de un patrón, no una anomalía.
Las consecuencias de esta agresión serán catastróficas. Veremos un aumento exponencial del sufrimiento humano, con miles de vidas inocentes perdidas, infraestructuras destruidas y millones de desplazados. La ya frágil estabilidad de la región se hará añicos, abriendo la puerta a un conflicto regional aún más amplio que podría arrastrar a otras potencias y encender una chispa de inestabilidad global. Además, esta agresión solo servirá para fortalecer a los elementos más reaccionarios dentro de Irán, socavando cualquier posibilidad de un cambio progresista desde dentro y consolidando un ciclo de violencia y revanchismo.
Desde la izquierda, nuestro deber es claro: denunciar esta guerra, exigir el cese inmediato de todas las hostilidades y llamar a la solidaridad internacional con el pueblo iraní. Debemos desafiar la propaganda de guerra, educar a nuestras comunidades sobre las verdaderas causas de este conflicto y movilizarnos en las calles para detener esta locura. La paz no se construye con bombas, sino con justicia, respeto a la soberanía y una redistribución global de la riqueza y el poder que ponga fin a las causas profundas de la guerra.
No permitamos que esta agresión se normalice. No aceptemos las mentiras que buscan justificar el derramamiento de sangre. El ataque a Irán es un ataque contra la humanidad, y solo a través de la resistencia unida y la lucha por un mundo multipolar y justo podremos revertir el camino hacia el desastre. La historia juzgará con severidad a quienes han desatado esta violencia, pero también juzgará la pasividad de quienes no se atrevieron a alzar su voz. Es hora de actuar.
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