¿Hacia el caos electoral? Las elecciones de 2026 en Perú y la crisis de representación que preocupa a toda la región


A menos de un año de las elecciones generales de abril de 2026, Perú se encuentra inmerso en un escenario político sin precedentes: una fragmentación extrema de los partidos, instituciones deslegitimadas, un electorado hiperconectado y desconfiado, y un sistema electoral que parece cada vez más difícil de manejar. Lo que debería ser una celebración democrática, se percibe como una carrera incierta con riesgos reales de profundizar la inestabilidad política.

Según datos proporcionados en abril del presente año, el Jurado Nacional de Elecciones (JNE) temía que para estas elecciones podrían presentarse más de 40 candidatos presidenciales, un récord histórico. A esto se suma la posibilidad de que más de 500,000 personas compitan por cargos regionales y locales en octubre de ese mismo año. La cifra abrumadora no es solo un síntoma de dinamismo democrático, sino también de atomización política, donde lo efímero y lo personal superan a lo programático y lo institucional. De igual manera, en jornadas recientes el mismo órgano divulgó cuáles serán los partidos que participarán en los comicios.

Democracia sin partidos ni identidad

La crítica constante de analistas y expertos es clara: Perú vive bajo una "democracia sin partidos". Las organizaciones políticas actuales funcionan más como vehículos electorales temporales que como estructuras ideológicas o programáticas consolidadas. Esta debilidad institucional ha sido exacerbada por reformas electorales contradictorias, como la eliminación de las primarias abiertas, simultáneas y obligatorias (PASO) en 2024, lo que ha facilitado la entrada de fuerzas poco representativas al espectro político.

El sistema bicameral, reintroducido para las elecciones de 2026, busca teóricamente estabilizar el Congreso. Sin embargo, su implementación ha sido cuestionada, ya que contradice el resultado del referéndum de 2018, en el que el 90% de los votantes se opuso al retorno de dos cámaras legislativas. El nuevo diseño incluirá 60 senadores y 130 diputados, pero con una distribución que podría amplificar aún más la dispersión parlamentaria.

Además, el sistema de voto preferencial continúa vigente, incentivando la competencia individual por encima de la cohesión partidaria. Esto ha generado un fenómeno conocido como "transfuguismo legislativo", con más de 55 congresistas cambiando de bancada desde 2021, muchos de ellos en busca de beneficios personales o negociaciones políticas tras bambalinas.

Instituciones bajo mínimos

La desaprobación ciudadana de las instituciones es histórica. El Congreso tiene un 93% de desacuerdo popular, según medios, mientras que el presidente saliente, Dina Boluarte, cierra su gestión con apenas un 4% de aprobación. La corrupción, la impunidad y la percepción de connivencia entre poderes fácticos y grupos políticos han erosionado cualquier margen de confianza.

Dina Boluarte, presidenta de Perú.

Este desgaste también se refleja en el comportamiento del electorado. Los peruanos ya no buscan "redentores", sino propuestas claras, ejecutores competentes y coherencia entre discurso y acción. El voto blanco y nulo sigue creciendo, y la abstención se convierte en una variable clave para entender el mapa político.

Una campaña digital y viral

La nueva realidad política se juega en redes sociales. 'TikTok', 'WhatsApp', 'YouTube' y transmisiones en vivo son hoy el escenario principal de las campañas. En este contexto, figuras como Phillip Butters —empresario y comunicador— están aprovechando esta lógica digital con un discurso informal, cercano y adaptado a las nuevas formas de comunicación. Pero su propuesta política sigue sin consolidarse plenamente, como destaca 'El País'.

Mientras tanto, los candidatos tradicionales intentan mantenerse relevantes en un entorno cambiante. Keiko Fujimori apuesta por sostener su base legislativa más que por ganar la Presidencia; Carlos Álvarez mantiene popularidad mediática pero carece de propuesta sólida; Rafael López Aliaga avanza con respaldo conservador pero enfrenta críticas por su gestión municipal; y Vicente Alanoca busca diferenciarse con un discurso antisistema moderado.

Esta dinámica pone en evidencia que el electorado está cada vez más alejado de las élites tradicionales. Como explica Javier Albán, profesor de Derecho Constitucional en la Universidad del Pacífico, existe una división geográfica e ideológica clara: un candidato conservador probablemente concentre apoyo en Lima, mientras que uno de izquierda buscará consolidar votos en el sur y centro del país. La gran incógnita sigue siendo quién logrará captar esos bloques intermedios tan codiciados.

Economía estable, pero sin impacto social

Desde el punto de vista económico, Perú mantiene un crecimiento cercano al 2%, sin inflación ni volatilidad cambiaria significativa. Sin embargo, ese crecimiento no se traduce en mejor calidad de vida para la mayoría de la población. Los sectores clave siguen siendo la minería —con el cobre como protagonista— y la agricultura, especialmente en productos de exportación como los arándanos.

No obstante, ambos sectores enfrentan obstáculos: burocracia, conflictos sociales y dependencia de mercados externos. Y aunque el país goza de cierta estabilidad macroeconómica, ésta no parece ser el eje central de la campaña electoral. La seguridad ciudadana, la corrupción y la justicia ocupan el primer lugar en las preocupaciones de los votantes.

Vista aérea de Lima, capital de Perú.

Como señala Marcelo Rochabrún, jefe de la oficina de 'Bloomberg' en Lima, la decisión más importante que tomará el próximo gobierno será si mantiene a Julio Velarde al frente del Banco Central. Su permanencia ha sido clave para la estabilidad financiera del país durante casi dos décadas, y su posible relevo podría generar turbulencias en los mercados internacionales.

Riesgo de un outsider radical

Un escenario que preocupa a muchos analistas es la posible irrupción de un outsider con discurso simplista y carisma suficiente para canalizar el descontento ciudadano. La historia reciente de América Latina muestra cómo líderes emergentes pueden capitalizar la frustración con promesas radicales y soluciones aparentemente sencillas a problemas complejos. 'El País' advierte que este tipo de liderazgo puede tomar forma en Perú si el sistema no logra ofrecer alternativas viables y realistas.

En este sentido, Perú no está solo. Países como Colombia, Ecuador y Argentina han vivido procesos similares en los últimos años. América Latina está asistiendo a una transformación profunda en sus patrones de votación, donde los partidos tradicionales pierden terreno frente a movimientos nuevos, informales y altamente personalizados. El fenómeno refleja una crisis de representación que va más allá de las fronteras nacionales.

Constitución manipulada, legitimidad en entredicho

Uno de los temas más sensibles en el debate público es el uso instrumentalizado de la Constitución. Medios como Agenda Estado de Derecho denuncian que el texto constitucional ha dejado de ser un marco normativo de límites y garantías para convertirse en un instrumento político al servicio de los intereses del momento. Reformas realizadas en 2024 afectaron casi sesenta artículos, muchas veces con el único propósito de asegurar la permanencia de ciertos actores en el poder más allá de 2026.

Esto ha generado una crisis de legitimidad institucional sin precedentes. La Constitución de 1993, heredada del régimen fujimorista, fue diseñada como un modelo de estabilidad, pero su reinterpretación constante y su vulneración selectiva han terminado por erosionar su autoridad moral y jurídica.

Entre la oportunidad y el colapso

Las elecciones de 2026 en Perú no son solo una cita con las urnas. Son una encrucijada para la democracia peruana. Por un lado, representan una oportunidad para replantear el sistema político, fortalecer las instituciones y recuperar la confianza ciudadana. Por otro, suponen el riesgo de profundizar una crisis que ya lleva una década, con un Parlamento fragmentado, un Ejecutivo sin legitimidad y un electorado cansado de promesas vacías.

Sin reformas estructurales profundas, el ciclo de inestabilidad podría perpetuarse, poniendo en jaque la viabilidad misma del régimen democrático. La pregunta que queda en el aire es simple, pero crucial: ¿Está Perú preparado para elegir su futuro, o simplemente seguirá eligiendo entre ruinas?

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