Editorial | El doble rasero de la democracia: ¿Por qué unos autoritarismos son más tolerables que otros?

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En el complejo tablero de la geopolítica latinoamericana, los discursos sobre la democracia y el autoritarismo a menudo se ven empañados por un doble rasero que resulta, cuanto menos, desconcertante. Mientras la reelección indefinida del presidente Nayib Bukele en El Salvador avanza con una aprobación que parece blindarla de una crítica contundente a nivel internacional, el Gobierno de Nicolás Maduro en Venezuela sigue siendo objeto de un escrutinio implacable, con cuestionamientos permanentes sobre su legitimidad.

Este contraste, lejos de ser una simple casualidad, pone de manifiesto la hipocresía de un sistema global que parece medir la salud democrática de las naciones no por la solidez de sus instituciones, sino por la conveniencia de sus gobiernos.

La reciente aprobación de una reforma constitucional en El Salvador, que allana el camino para que Bukele pueda perpetuarse en el poder, es un evento de una gravedad inmensa. Bajo el manto de una popularidad arrolladora —generada en gran medida por su férrea política de seguridad—, se están desmantelando los contrapesos democráticos esenciales.

La reelección indefinida, la extensión del mandato presidencial y la concentración de poder en una sola figura son medidas que, en cualquier otra circunstancia, serían denunciadas como un claro retroceso autoritario. Sin embargo, en el caso de El Salvador, el silencio de la comunidad internacional es ensordecedor.

Las voces críticas, que en el pasado alzaron la voz con vehemencia ante cualquier signo de autoritarismo en la región, ahora parecen atenuadas.

Este silencio contrasta de manera dramática con la persistente y justificada crítica hacia el gobierno de Nicolás Maduro en Venezuela. Nadie puede negar la profunda crisis económica, social e institucional que atraviesa el país, ni las denuncias de violaciones de derechos humanos y el debilitamiento sistemático de las instituciones democráticas. El cuestionamiento a la legitimidad de Maduro es una constante en los foros internacionales, y las sanciones económicas y diplomáticas son una realidad palpable.

Esta postura, en principio necesaria para defender los valores democráticos, pierde credibilidad cuando se ignora que en otras latitudes de la región se están replicando, con variantes, las mismas dinámicas de concentración de poder.

La pregunta que debemos hacernos es: ¿qué hace que un autoritarismo sea más aceptable que otro? ¿Es la afinidad ideológica? ¿Son los resultados económicos o de seguridad pública los que justifican el desmantelamiento de las instituciones? ¿O es, sencillamente, que ciertos gobiernos son más convenientes para los intereses de las potencias globales? La respuesta es, probablemente, una mezcla de todas estas.

El "modelo" de Bukele, que ha logrado reducir drásticamente la criminalidad a costa de sacrificar libertades y derechos, es visto por muchos como un mal necesario o incluso como una fórmula exitosa, que otros países podrían emular.

Este doble rasero es, en última instancia, perjudicial para la propia causa de la democracia. Al tolerar el desmantelamiento institucional en El Salvador, se valida la idea de que la democracia es un lujo prescindible cuando se ofrecen resultados tangibles en otras áreas. Se envía un mensaje peligroso: que las formas importan menos que los fines. Al mismo tiempo, se despoja de autoridad moral a quienes critican a los gobiernos autoritarios de la región, pues su selectiva indignación los hace parecer hipócritas.

La coherencia es un pilar fundamental de la credibilidad. Si la comunidad internacional y los defensores de la democracia desean que su voz sea escuchada y respetada, deben aplicar los mismos estándares a todos. La reelección indefinida, sin importar quién la promueva, es una erosión de los principios democráticos.

Cuestionar a Maduro es necesario, pero ignorar a Bukele es, en el mejor de los casos, un error estratégico; y en el peor, una complicidad silenciosa que amenaza con legitimar una nueva ola de autoritarismos en el continente.

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