
Colombia ha cruzado una línea que hasta hace poco parecía impensable: el expresidente Álvaro Uribe Vélez ha sido condenado a 12 años de prisión domiciliaria tras ser hallado culpable de soborno de testigos y fraude procesal. La sentencia, dictada por la jueza Sandra Heredia el 1 de agosto de 2025, no solo marca un hito judicial, sino que reconfigura las coordenadas del poder político en un país históricamente marcado por la impunidad de sus élites.
La figura de Uribe, que dominó el escenario político colombiano durante más de dos décadas, se derrumba en medio de un proceso judicial que comenzó con una denuncia suya y terminó volviéndose en su contra. El expresidente, considerado por muchos como el artífice de la política de "seguridad democrática", es ahora el primer exmandatario en la historia moderna de Colombia en ser condenado penalmente.
Del Congreso a la cárcel: el origen del caso
Todo comenzó en 2012, cuando el senador Iván Cepeda, respaldado por testimonios de exparamilitares, acusó a Uribe en un debate parlamentario de tener vínculos con el 'Bloque Metro', una estructura del paramilitarismo vinculada a las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC). La reacción del expresidente fue inmediata: denunció a Cepeda por supuesta manipulación de testigos. Sin embargo, tras años de investigación, la Corte Suprema no solo desestimó la denuncia, sino que abrió una contra Uribe por presunta obstrucción a la justicia.En 2020, en un hecho inédito, se ordenó su arresto domiciliario mientras aún ejercía como senador. A pesar de los intentos de la Fiscalía de archivar el caso —bajo el argumento de falta de pruebas— la justicia ordinaria consideró que había méritos suficientes para llevar al expresidente a juicio. Con la llegada de Luz Adriana Camargo a la Fiscalía, el proceso se reactivó con fuerza, culminando en la condena de este año.
¿Determinador o perseguido político?
Según la jueza Heredia, Uribe no actuó directamente, pero sí como "determinador", es decir, como la figura que instigó a terceros para manipular testimonios a su favor y deslegitimar las acusaciones en su contra. El fallo indica que Uribe utilizó emisarios para contactar con testigos encarcelados y alterar el curso de la justicia. La Fiscalía presentó un cúmulo de pruebas: grabaciones, declaraciones cruzadas, testimonios de antiguos colaboradores y registros de visitas a prisión.Uribe, por su parte, ha insistido en su inocencia. Desde el principio ha sostenido que se trata de una "persecución política" alimentada por sectores afines al presidente Gustavo Petro. Su abogado, Jaime Granados, ya ha anunciado que apelará el fallo, lo que trasladará el caso al Tribunal Superior de Bogotá. Si ese tribunal ratifica la condena, todavía quedaría abierta la vía de casación ante la Corte Suprema.
Colombia, entre justicia e incertidumbre
La condena de Uribe ha provocado un sismo político. En un país donde la justicia pocas veces alcanza a las altas esferas, este veredicto representa, para algunos, un signo de madurez institucional. Para otros, una peligrosa instrumentalización del poder judicial. La figura de Uribe, venerada por amplios sectores conservadores, ha quedado profundamente erosionada. Su partido, el derechista Centro Democrático, se enfrenta a un posible desmembramiento en un momento clave, con la carrera presidencial de 2026 en pleno arranque.Algunos analistas consideran que este hecho puede abrir el camino para una renovación del espectro de la derecha, mientras que otros temen un escenario de radicalización. La oposición, especialmente los sectores de centro e izquierda, ha capitalizado el fallo como una victoria simbólica en su cruzada contra la impunidad.
Washington observa con inquietud
La dimensión del caso ha trascendido fronteras. Estados Unidos, tradicional aliado de Uribe, ha reaccionado con reservas. El senador republicano Marco Rubio calificó el proceso como una "instrumentalización de la justicia por parte de jueces radicales". La declaración se da en un contexto tenso entre el Gobierno de Gustavo Petro y la administración estadounidense, liderada nuevamente por Donald Trump.Colombia mira de reojo el deterioro de las relaciones entre EE.UU. y Brasil tras la condena de Bolsonaro, y teme convertirse en el próximo escenario de fricción geopolítica en América Latina. La justicia colombiana, sin embargo, parece decidida a continuar su curso, sin ceder ante presiones externas ni internas.
El mensaje: nadie está por encima de la ley
Más allá del desenlace legal, la condena a Uribe lanza un mensaje potente: los ídolos también pueden caer. Y, con ellos, cae una era. El país aún no ha asimilado del todo el significado profundo de este fallo, pero es claro que algo ha cambiado. En las páginas del expediente judicial de Álvaro Uribe no solo se escriben delitos y sentencias; también se esboza el relato de una Colombia que, poco a poco, empieza a mirar de frente a sus fantasmas.El futuro dirá si este fue un caso aislado o el inicio de una nueva etapa para la justicia colombiana. Por ahora, el país asiste al ocaso de su caudillo más influyente. Y lo hace con una mezcla de escepticismo, alivio y vértigo.
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