Investigación | Cómo los centros de datos repiten la lógica colonial digital en Brasil

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La era digital a menudo se presenta como una revolución inmaterial. El vocabulario dominante —nube, inteligencia artificial, datos, conectividad— evoca una esfera de abstracciones basada en estructuras sociales concretas. Sin embargo, esta representación oculta es que el funcionamiento de toda esta arquitectura digital depende de una base profundamente material: edificios, cables, servidores, energía, agua y, sobre todo, trabajo humano. 

La "nube" es un nombre ligero para una infraestructura pesada, territorializada y extractiva.

Los centros de datos son el epicentro de esta materialidad invisible. Lejos de ser meros repositorios técnicos de información, constituyen zonas logísticas de alta complejidad dedicadas a organizar flujos de datos, procesar algoritmos y dar soporte a plataformas que operan globalmente. 

Estos edificios articulan diferentes cadenas de valor, conectando a trabajadores precarios, usuarios, sistemas automatizados y redes de distribución de energía. Sin embargo, al mismo tiempo, permanecen ocultos a la vista y al debate público, protegidos física y simbólicamente.

Es en esta paradoja —entre la ligereza simbólica de la nube y el peso concreto de su soporte— donde debe situarse el debate sobre los centros de datos en Brasil y Latinoamérica. Comprender su expansión no es solo una cuestión de política tecnológica, sino un análisis crítico del capitalismo contemporáneo, que está reorganizando su base territorial, su división internacional del trabajo y sus mecanismos de extracción de valor de maneras inéditas, pero reconocibles en su lógica esencial.

¿Innovación para quién? Centros de datos y la nueva forma de colonialismo

El discurso de la innovación tecnológica se ha convertido en una de las principales estrategias retóricas para legitimar el actual modelo de desarrollo capitalista. Bajo este paradigma, cualquier iniciativa digital —desde la construcción de redes 5G hasta la instalación de centros de datos— se celebra automáticamente como sinónimo de progreso, modernización y competitividad. 

Sin embargo, este discurso opera como una ideología, en el sentido marxista del término: oculta las contradicciones materiales del proceso, invierte causa y consecuencia y transforma determinadas relaciones sociales en hechos naturales.

En Brasil, este fenómeno es particularmente evidente. La instalación de grandes centros de datos por parte de empresas como 'Amazon', 'Google', 'Microsoft' y, más recientemente, 'TikTok', ha sido aclamada como una señal de "atracción de inversiones" y "impulso a la proyección internacional del país".

Los gobiernos estatales y el propio gobierno federal han ofrecido incentivos fiscales, concesiones de tierras y regímenes regulatorios flexibles para acelerar estos proyectos. Sin embargo, rara vez se debate quién controla estas infraestructuras, quién se beneficia de ellas y quién asume sus costos sociales y ambientales.

Como demuestra la colección 'Data Colonialism', América Latina se ha convertido en una región estratégica para la expansión de las infraestructuras digitales precisamente porque reúne tres condiciones fundamentales: recursos abundantes (como energía y agua), estructuras regulatorias frágiles y Estados dispuestos a subordinar sus marcos legales a la lógica de las grandes corporaciones.

En este escenario, lo que se promueve no es la soberanía digital, sino una nueva forma de dependencia estructural, en la que el territorio opera como base física para la operación de plataformas globales, sin garantizar el control sobre los flujos de datos ni la participación en las ganancias económicas derivadas de ellos.

Se trata, por tanto, de un colonialismo reconfigurado, en el que la extracción ya no se basa (únicamente) en bienes tangibles, sino también en datos, comportamientos e infraestructura. América Latina vuelve a ser un espacio de extracción y sacrificio, ahora en forma de campamentos logísticos, zonas de desregulación y fuentes de energía barata, integradas en redes globales de valor digital. 

Mientras tanto, el discurso de la innovación sirve como velo ideológico para impedirnos ver el contenido esencial de este proceso: la centralización del poder económico y tecnológico en los centros hegemónicos, a expensas de la subordinación del Sur global.

Esta lógica colonial digital se expresa con particular intensidad en el contexto brasileño. Más que un simple receptor de tecnologías extranjeras, Brasil ha participado activamente en la institucionalización de un modelo de inserción subordinada en la economía de la información, ofreciendo recursos naturales, exenciones fiscales y silencio regulatorio a cambio de la vaga promesa de desarrollo. 

Pero la realidad concreta del funcionamiento de estas empresas revela otra cara: una reactualización de las estructuras históricas de dependencia y asimetría, en la que el territorio nacional se convierte en la base física de la acumulación transnacional, mientras el control sobre los datos, los algoritmos y el valor permanece concentrado fuera de nuestras fronteras.

En Brasil, la instalación de centros de datos se ha considerado una política de Estado , pero sin una estrategia nacional de soberanía digital. El Ministerio de Hacienda ha liderado iniciativas para atraer estas empresas con exenciones fiscales y exenciones al impuesto a la energía, como si la presencia física de estas infraestructuras implicara automáticamente beneficios estructurales para el país. 

Sin embargo, los datos que circulan en estos centros generalmente no permanecen bajo control público o nacional; son procesados, almacenados y monetizados por empresas transnacionales que operan dentro de marcos legales externos. Así, el país proporciona el territorio, el agua y la electricidad, pero no conserva el valor estratégico de la información.

La situación se agrava en territorios históricamente vulnerables. En el interior de Ceará, por ejemplo, el proyecto de TikTok para instalar un megacentro de datos en una ciudad con un historial de sequía y escasez de agua ha generado alarma entre organizaciones sociales y ambientales.
Los costos ambientales , en particular el uso intensivo de agua para refrigeración, recaen sobre comunidades ya precarias, mientras que los beneficios directos son inciertos. Este es un patrón recurrente en el país: las regiones más pobres se convierten en depósitos de la infraestructura del capital global, sin revertir las desigualdades ni fortalecer las economías locales.

La retórica tecnocrática que justifica estas iniciativas suele prometer empleos, modernización y conectividad. Sin embargo, la mayoría de los empleos generados por las operaciones de los centros de datos son altamente especializados y se centran en el mantenimiento técnico y la seguridad. Estos empleos son escasos, volátiles y a menudo externalizados, lo que limita su impacto positivo en las comunidades circundantes. 

Al mismo tiempo, los costos públicos (donaciones de tierras, exenciones fiscales y consumo de recursos naturales) son permanentes y crecientes, creando un desequilibrio estructural entre lo que se da y lo que se recibe.

Además, la falta de una regulación sólida sobre la ubicación, el funcionamiento y la función social de los centros de datos pone a Brasil en una situación de riesgo estratégico. El almacenamiento masivo de datos en el país no es sinónimo de autonomía si no se controla los protocolos de acceso, los destinos comerciales de estos datos y la arquitectura técnica de su circulación.

La infraestructura es nacional, pero el control es global. Y, sin un proyecto político que aborde esta asimetría, el país corre el riesgo de consolidarse como una plataforma logística para la acumulación digital extranjera, perpetuando su posición periférica en la división internacional del valor informativo.

La ecología sacrificada: centros de datos, recursos naturales y necropolítica digital

La expansión de los centros de datos en Brasil revela no solo una nueva fase de la infraestructura del capital, sino también la transformación de los ecosistemas en zonas de sacrificio. La metáfora de la "nube" oculta una realidad agresivamente terrestre: los centros de datos consumen enormes cantidades de energía y, sobre todo, agua, especialmente en regiones donde este recurso es escaso y vital para las poblaciones locales. Cuando el capital digital decide instalar estas infraestructuras en zonas como el semiárido noreste, la lógica de la rentabilidad se impone a la lógica de la vida.

El caso del megacentro de datos de TikTok en el interior de Ceará es emblemático. Mientras las comunidades viven con racionamiento e inseguridad hídrica crónica, la empresa recibe incentivos y acceso privilegiado a este recurso esencial. Esta decisión revela un patrón de gestión territorial subordinado a la lógica de la necroexportación digital: los flujos de información son globales, pero los costos ecológicos y sociales son locales, desigualmente distribuidos y concentrados en cuerpos y territorios racializados y empobrecidos.

Esta relación entre la infraestructura digital y la desigualdad ambiental expone una dimensión necropolítica del modelo. Inspirándose en Achille Mbembe, se puede argumentar que el poder contemporáneo, lejos de prescindir de la muerte, gestiona quién puede vivir y quién debe morir con base en criterios económicos y logísticos. 

Los centros de datos, en este contexto, se convierten en tecnologías de muerte lenta: desvían recursos vitales, intensifican los conflictos ecológicos y perpetúan formas de invisibilidad y abandono, legitimadas bajo la narrativa del progreso.

Además, existe una clara asimetría en la distribución de riesgos y responsabilidades. Si bien las empresas se benefician de exenciones, terrenos públicos e infraestructura subvencionada, los impactos ambientales se socializan y los mecanismos de compensación, cuando existen, son insuficientes, tardíos o simbólicos. La ausencia de regulaciones ambientales específicas para los centros de datos en Brasil revela la falta de preparación del Estado para abordar esta nueva forma de acumulación, que, aunque aparentemente digital, opera con la misma lógica de devastación que caracterizó los ciclos históricos de extracción en Brasil.

Soberanía comprometida: dependencia tecnológica y enclaves logísticos dentro del territorio nacional

La geopolítica de la nube es profundamente asimétrica. Mientras que los países del Norte Global mantienen la soberanía sobre sus infraestructuras digitales —con estrictas políticas de protección de datos, incentivos para la producción nacional de chips y control público sobre las redes—, los países del Sur Global, como Brasil, actúan principalmente como plataformas logísticas para el capital de información extranjero. 

Los centros de datos ubicados aquí funcionan como enclaves territoriales, conectados más directamente a las redes empresariales globales que a las necesidades de la población local. Al igual que en las zonas francas industriales de décadas pasadas, ofrecen exenciones fiscales, flexibilidad territorial y bajos requisitos de integración en el tejido productivo nacional.

Esta arquitectura de subyugación tecnológica impide el establecimiento de una estrategia para una verdadera soberanía digital. Sin control sobre los datos que circulan y se almacenan en su territorio, Brasil corre el riesgo de reproducir la condición periférica que lo caracterizó a lo largo del siglo XX, ahora en su forma informacional. 

Los datos brasileños se procesan, se cruzan y se monetizan en otras jurisdicciones, a menudo fuera del alcance de las leyes, tribunales o políticas públicas nacionales, lo que dificulta cualquier intento de autodeterminación tecnológica.

En lugar de promover una política de datos como bien público —integrando infraestructura, protección de la privacidad, incentivos para la ciencia nacional e inclusión digital—, el Estado brasileño ha optado por una estrategia de sumisión logística a los flujos globales de capital digital. Lo que se presenta como modernización es, en la práctica, una continua desposesión. La soberanía, en esta lógica, no solo se ve amenazada, sino que se sacrifica deliberadamente en nombre de una promesa de progreso realizada en otros lugares.

Compitiendo por la nube: resistencia, regulación e imaginación política

Dada la opacidad técnica y el poder concentrado de las grandes corporaciones digitales, puede parecer difícil, incluso ingenuo, imaginar formas de resistencia. Sin embargo, la historia nos muestra que ninguna forma de dominación es total: toda infraestructura conlleva contradicciones, lagunas y posibilidades de reapropiación. 

Los centros de datos, como pilares logísticos del capitalismo informacional, no escapan a esta lógica. Al contrario, son hoy uno de los puntos más estratégicos para considerar la crítica y la transformación del modelo digital actual.

La primera condición para esta disputa es la visibilidad de la infraestructura. Es necesario romper con la fantasía de la nube inmaterial y exponer públicamente las condiciones materiales, laborales, energéticas y territoriales que sustentan el funcionamiento de estas plataformas. 

Esto implica tratar los centros de datos no como cuestiones técnicas o restringidas a la ingeniería de datos, sino como problemas políticos centrales que involucran soberanía, cuestiones ambientales, comunicación y autodeterminación digital.

La segunda condición es la formulación de políticas públicas que superen la lógica de la sumisión y avancen hacia un modelo nacional y regional de gobernanza digital basado en las necesidades sociales, no en el lucro. Esto incluye: regulaciones ambientales específicas para los centros de datos; cláusulas de reciprocidad y transferencia de tecnología en los contratos con empresas extranjeras; el fomento de la creación de infraestructuras públicas o cooperativas de datos; y la integración de estos centros con los sistemas educativos, científicos y sociales. No se trata de rechazar la tecnología, sino de subordinarla al interés colectivo, no al lucro privado transnacional.

Pero debemos ir más allá. La soberanía, por sí sola, no constituye un horizonte político suficiente. Puede ser capturada por proyectos conservadores, tecnonacionalistas o incluso autoritarios. Lo que le confiere un significado transformador es su conexión con un proyecto más amplio: la superación de las relaciones sociales que posibilitan la explotación digital, la expropiación territorial y la degradación ecológica. 

La lucha por la soberanía digital sólo se vuelve emancipadora cuando se articula con la lucha por otra forma de vida, capaz de romper con los fundamentos del capital y afirmar nuevas relaciones entre humanos, máquinas y naturaleza.

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