El fútbol en Europa trasciende con creces su naturaleza como simple deporte competitivo. Es un campo de batalla simbólico donde se libran disputas históricas, se reconfiguran identidades nacionales y se manifiestan las tensiones geopolíticas contemporáneas. Desde la cohesión nacional postbélica hasta los embrollos diplomáticos en torno a disputas territoriales y políticas internas, el balón redondo se ha convertido en un poderoso vehículo para la proyección de poder blando, la construcción de puentes culturales y, paradójicamente, la polarización. Este informe profundiza en las múltiples aristas de la geopolítica del fútbol en el continente europeo, analizando cómo las competiciones nacionales e internacionales funcionan como escenarios para la diplomacia pública, cómo las rivalidades se entrelazan con la política y cómo las propias instituciones deportivas gestionan o reflejan estos conflictos complejos.
El fútbol como instrumento de poder blando y diplomacia pública en España e Inglaterra
En el panorama europeo, el fútbol se ha consolidado como una de las herramientas más eficaces de la diplomacia pública, capaz de construir puentes entre naciones y promover la imagen global de un país. Ningún ejemplo ilustra mejor este fenómeno que la dinámica bilateral entre España y el Reino Unido, dos potencias futbolísticas cuyas relaciones han sido modeladas por una combinación de rivalidad natural y profundo aprecio mutuo. El fútbol, introducido en España por inmigrantes británicos, sirve como un vínculo cultural fundamental, pero también como un terreno donde se juegan presiones políticas y económicas significativas. En respuesta a esta realidad, ambos países han desarrollado estrategias sofisticadas para capitalizar el poder del deporte.
LaLiga, la máxima competición española, junto al Instituto Cervantes y el Ministerio de Asuntos Exteriores español, ha impulsado una política activa de diplomacia deportiva desde 2019, buscando fortalecer la marca "España" en el mundo.
Un pilar central de esta estrategia es la organización de eventos de alto nivel que promueven tanto el intercambio cultural como las oportunidades económicas. El coloquio titulado 'Dos tierras, una pasión: España, el Reino Unido y Fútbol', celebrado en Manchester en mayo de 2024, es el mejor ejemplo de esto. Patrocinado por Sacyr y organizado conjuntamente por LaLiga UK, el Instituto Cervantes de Mánchester y la Cámara de Comercio Española en el Reino Unido, el evento contó con la participación de figuras emblemáticas como el exfutbolista Gaizka Mendieta y la periodista catalana Guillem Balagué.
La presencia de actores clave del ecosistema empresarial, moderada por Keegan Pierce, director de Relaciones Internacionales de LaLiga, subrayaba la intención de posicionar el fútbol no solo como un producto cultural, sino como un motor económico y un conducto de relaciones bilaterales sólidas. El alcalde reelegido de Gran Manchester, Andy Burnham, y la Cónsul General de España en Manchester, Laura García Alfaya, destacaron públicamente el papel del fútbol como elemento de cohesión y entendimiento, transformando el estadio en un espacio de diálogo diplomático. Estos eventos, que incluyen networking y degustaciones de productos españoles como el vino, demuestran una visión integral de la diplomacia futbolística que va mucho más allá del resultado final en el campo.
La dimensión económica es igualmente crucial. El fútbol español es una moneda global y una herramienta de poder blando que proyecta la identidad y la pasión de un país. La industria del fútbol genera una cobertura mediática internacional masiva; en 2023, el deporte fue el tema más cubierto sobre España, representando el 34% de los artículos publicados en prensa extranjera, cifra superior a la de otros países europeos como Francia (12%) o Alemania (17%).
Esta atención se traduce directamente en beneficios para la economía del país. El éxito de clubes como el Real Madrid (valor de marca de 1,460 millones de euros en 2023) y el FC Barcelona, que son referentes globales, impulsa el turismo, la venta de licencias y la exportación de contenido cultural. De hecho, el comercio bilateral entre España y el Reino Unido se cuadruplicó entre 1976 y 1986, un periodo marcado por la normalización de relaciones y el éxito de la Copa Mundial de Fútbol de 1982, que generó un aumento significativo de visitantes británicos en España. A pesar de los desafíos económicos, como la crisis financiera que afectó a candidaturas olímpicas españolas, la diplomacia deportiva sigue siendo una prioridad estratégica. Instituciones como la Fundación España Deporte Global, creada en 2020, buscan formalizar y ampliar aún más estas iniciativas de internacionalización del deporte español. Este enfoque demuestra que, en el siglo XXI, el fútbol es una extensión de la política exterior, utilizada para lograr objetivos de reconocimiento, proyección y desarrollo económico.
Rivalidades geopolíticas en el terreno de juego: Casos europeos contemporáneos
Más allá de la diplomacia constructiva, el fútbol europeo también sirve como un catalizador para las tensiones geopolíticas existentes, convirtiendo cada partido en una arena donde se enfrentan antiguos odios, disputas territoriales y divisiones ideológicas. La propia estructura de las federaciones continentales puede reflejar y perpetuar estos conflictos. La UEFA, por ejemplo, ha adoptado una política de prohibir enfrentamientos entre selecciones cuando los motivos son de índole geopolítica. Esta medida, aunque justificada por razones de seguridad, tiene un claro componente político y esgrimida de manera selectiva, actuando como un mecanismo de gestión de conflictos dentro del ámbito deportivo. Los casos más notorios de esta prohibición son los partidos entre Rusia y Ucrania tras la invasión rusa de 2022, Armenia y Azerbaiyán debido a la guerra por Nagorno Karabaj, y Serbia con Kosovo, Armenia y Bosnia-Herzegovina. La inclusión de Israel en la UEFA, a pesar de no ser geográficamente europeo, es una excepción histórica dictada por la presión política de los boicots árabes, lo que sitúa al fútbol como un campo de batalla indirecto en la región.
El conflicto más dramático en la actualidad es sin duda el que enfrenta a Rusia y Ucrania. Tras la invasión de Ucrania en febrero de 2022, la FIFA y la UEFA vetaron a todas las selecciones rusas de participar en competiciones internacionales. Rusia fue excluida de la Eurocopa 2024, mientras que Ucrania pudo participar, una decisión que simboliza claramente la postura de la comunidad internacional. La consecuencia más visible de esta sanción fue la relegación de la selección rusa a la Liga C de la UEFA Nations League sin jugar un solo partido, una medida punitiva que refuerza su aislamiento. Además, el impacto se extendió al fútbol de clubes; el presidente del Zenit San Petersburgo fue expulsado por gritar insultos antisemitas durante un partido, lo que muestra cómo el discurso político influye incluso en el comportamiento dentro del estadio. El caso de Bielorrusia es similar, recibiendo sanciones que obligan a sus partidos a jugarse en territorio neutral y sin público, a pesar de no ser un país beligerante, demostrando un enfoque disciplinario que busca evitar la normalización de regímenes aliados de Rusia.
Otro frente de conflicto latente es el de las disputas territoriales y los movimientos independentistas. La UEFA separó a España y Gibraltar en diferentes grupos en las eliminatorias para Eurocopa 2024 para evitar cualquier enfrentamiento directo que pudiera calentar las ya tensas relaciones sobre la soberanía del Peñón. De manera similar, la selección de Kosovo, no reconocida diplomáticamente por Serbia, no puede enfrentarse a la selección serbia ni a las de Rusia y Bosnia-Herzegovina por falta de reconocimiento. Los partidos de Kosovo se han jugado en campo neutral, una solución práctica pero que refuerza su estatus de entidad semi-independiente. La situación es aún más compleja en regiones con fuertes movimientos nacionalistas, como Escocia y Cataluña. Una posible clasificación de Escocia para un Mundial podría reactivar la histórica rivalidad con la selección de Inglaterra, añadiendo una nueva capa de carga simbólica a un choque ya de por sí muy esperado. Del mismo modo, los encuentros entre selecciones españolas y las de jugadores con orígenes en Cataluña o con sentimientos independentistas pueden cargarse de significados políticos. El gesto de Xherdan Shaqiri y Granit Xhaka durante la Copa del Mundo de 2018, celebrando un gol con el símbolo del águila albanesa en un partido contra Serbia, provocó una multa de la FIFA y desató una campaña diplomática entre Albania y Suiza, demostrando cómo el lenguaje corporal en el campo puede tener repercusiones internacionales. Estos ejemplos ilustran que, en Europa, el fútbol no es un oasis de paz, sino un reflejo acelerado y espectacular de las divisiones que atraviesan el continente.
Rusia || Invasión de Ucrania (2022) || Veto de participaciones internacionales; relegación a Liga C sin jugar
Serbia || No reconocimiento de Kosovo || Prohibido enfrentarse a la selección de Kosovo
España || Contencioso de soberanía con Gibraltar || Separación en distintos grupos de clasificación
Armenia || Guerra de Nagorno Karabaj con Azerbaiyán || Prohibido enfrentarse a la selección de Azerbaiyán
Israel || Conflictos con países árabes || Miembro de la UEFA por razones políticas (no es geográficamente europeo)
Identidad nacional, memoria histórica y polarización política en el fútbol europeo
El fútbol en Europa no solo refleja los conflictos políticos actuales, sino que también se nutre de la memoria histórica y se convierte en un campo donde se discuten y definen las identidades nacionales. Las emociones y las narrativas acumuladas a lo largo de décadas se manifiestan con particular intensidad en los enfrentamientos deportivos, dotándolos de un significado mucho mayor que el puramente competitivo. Un ejemplo paradigmático es la historia compartida entre Alemania y Francia. El Mundial de fútbol de 1998, que tuvo lugar en Francia, se presentó como una oportunidad para cerrar viejas heridas de la Segunda Guerra Mundial, con una fuerte retórica simbólica que buscaba sellar una reconciliación definitiva entre las dos naciones rivales. El partido inaugural entre ambas selecciones se vivió como un momento histórico, cargado de expectación y emoción, destinado a forjar un nuevo futuro común dentro de la integración europea.
Sin embargo, el pasado también puede resurgir de formas menos edificantes. El caso de Israel es revelador. La entrada de Israel en la UEFA en los años 70 fue un acto político deliberado, tomado en respuesta a los boicots de los países árabes que se negaban a competir contra equipos israelíes. Esta decisión, aunque evitó anulaciones de partidos, situó al fútbol israelí en un limbo geopolítico. La presencia de Israel en competiciones europeas como la Eurocopa o la Liga de Campeones es un recordatorio constante de la compleja situación del Medio Oriente, y sus partidos pueden adquirir un trasfondo político inesperado. Por ejemplo, la preparación del Grupo B para el Mundial de Qatar 2022, que reunía a Estados Unidos e Irán, dos países con relaciones extremadamente tensas desde la Revolución Islámica de 1979, se anticipó con una expectativa de fuerte retórica antiestadounidense por parte de las autoridades iraníes, a pesar de los intentos de los entrenadores de mantener el foco en el deporte. El historial de derrota de Irán ante EE.UU. (2-1 en Francia 1998) añade otra capa de historia competitiva a este enfrentamiento político.
Además de los conflictos internacionales, el fútbol se convierte en un espejo de las fricciones políticas internas. En el Reino Unido, la organización del fútbol refleja y a veces alimenta las tensiones entre las naciones constituyentes. Aunque compiten juntas en la selección de Gran Bretaña en competiciones como los Juegos Olímpicos, las selecciones de Escocia, Gales, Inglaterra e Irlanda del Norte compiten de forma independiente en el fútbol asociativo, manteniendo sus propias identidades y rivalidades. Esto otorga a estas selecciones una visibilidad global que trasciende su estatus como "Estados soberanos", posicionándolas como entidades políticas y culturales completas. Una posible confrontación entre Escocia e Inglaterra en un torneo mundial podría revivir una rivalidad histórica cargada de matices políticos relacionados con la independencia escocesa.
De manera similar, en España, los partidos de la selección nacional pueden convertirse en espacios de debate sobre el nacionalismo catalán y vasco, especialmente cuando jugadores con raíces en estas comunidades autónomas ocupan puestos de responsabilidad. La llegada de figuras como Jude Bellingham, jugador inglés con ascendencia galés, a un club español como el Real Madrid, también añade capas de complejidad a las narrativas de identidad y pertenencia dentro del propio fútbol español. El fútbol, por tanto, no es un espacio neutral; es un campo donde se juega la definición de quiénes somos y hacia dónde vamos, un lugar donde la memoria histórica y la polarización política se materializan en goles y tarjetas amarillas.
La competición organizada: La UEFA Nations League y la nueva estructura de clasificación
La forma en que se estructuran las competiciones internacionales en Europa ha experimentado una transformación radical en las últimas décadas, con implicaciones profundas para la geopolítica del fútbol. Antes de 2018, los partidos amistosos entre selecciones nacionales solían carecer de sentido competitivo, sirviendo más como excusas para giras y exposición mediática. La UEFA, consciente de la necesidad de generar un calendario más relevante y competitivo, creó la UEFA Nations League con el doble objetivo de reemplazar estos encuentros sin importancia y de ofrecer un sistema de clasificación alternativo para grandes torneos como la Eurocopa y el Mundial. Este nuevo formato ha añadido una capa de estrategia y rivalidad a las eliminatorias, convirtiendo los partidos internacionales en eventos cruciales para el futuro inmediato de las selecciones.
El modelo de la Nations League es jerárquico y descentralizado. Las 55 selecciones europeas están divididas en cuatro ligas (A, B, C y D), con un número creciente de equipos en cada una a partir de la edición de 2024/25: 16 en las Ligas A, B y C, y 6 en la Liga D. Dentro de cada liga, las selecciones se agrupan en varios grupos pequeños, donde juegan entre sí en un formato de ida y vuelta. Al final de la fase de grupos, se produce un ascenso y un descenso entre las ligas, lo que introduce una dinámica continua de competencia y permite que equipos más modestos aspiren a competir en la élite. Esta estructura ha tenido un impacto notable. Hasta ahora, ha permitido 33 promociones de selecciones, ayudando a equipos como Escocia (que asciende a la Liga A) y Georgia (que sube de la Liga D a la Liga B) a mejorar su nivel competitivo y, en el caso de Escocia, a asegurar su primera participación en una Eurocopa masculina desde 1996.
La función más importante de la Nations League, sin embargo, es su rol como vía de clasificación. Para la UEFA EURO 2020, 16 selecciones que no habían conseguido plaza directa compitieron en unos play-offs basados en su rendimiento en la Nations League. El formato se repitió para la Eurocopa 2024, asegurando que los campeones de grupo de las Ligas A, B y C obtuvieran plazas adicionales para el torneo principal. Esta vinculación entre la Nations League y los grandes torneos significa que un mal resultado en la competición continental puede ser tan perjudicial como una eliminación en las eliminatorias tradicionales. Por ejemplo, en la final de la Nations League 2024/25, Portugal derrotó a España en penaltis (2-2 en el marcador) para conseguir su segundo título, un resultado que no solo le otorgó el prestigio del campeonato, sino que también le proporcionó una garantía de clasificación para la Eurocopa 2024, una ventaja estratégica invaluable. Esta dinámica ha convertido la competición en un evento de alto riesgo y alta recompensa, donde la táctica y la consistencia se ven reforzadas por la necesidad de asegurar un buen puesto en la clasificación general. La reforma de las competiciones europeas de clubes anunciada para 2024/25, con un formato de tres ligas y acceso limitado por clasificación nacional, amenaza con desequilibrar aún más el panorama, pero la Nations League permanece como un pilar fundamental de la geopolítica del fútbol a nivel de selecciones nacionales.
La intersección del deporte y la diplomacia: Más allá del fútbol
La influencia del deporte como herramienta de política exterior no se limita al fútbol, aunque este sea el ejemplo más prominente. La diplomacia deportiva se ha convertido en una disciplina académica y una práctica diplomática formal en muchas naciones, utilizando eventos y atletas para lograr objetivos de política exterior, mejorar la imagen de un país y promover valores específicos. El Departamento de Estado de Estados Unidos, por ejemplo, cuenta con una División de Diplomacia Deportiva, y Australia lanzó en 2019 la estrategia 'Diplomacia Deportiva 2030' para aumentar su atractivo nacional. La diplomacia deportiva puede tener efectos integradores, como en el caso del partido de fútbol entre Irán y Estados Unidos en 1998, que simbolizó un acercamiento diplomático y condujo a un partido amistoso en 2000, o divisores, dependiendo del contexto político.
Francia es un líder destacado en la implementación de estas estrategias. El Ministerio para Europa y de Asuntos Exteriores (MEAE) utiliza activamente el deporte para promover la cultura francesa, el "savoir-faire" francés y el idioma francés en todo el mundo. Eventos como la carrera alrededor del mundo, que conecta embajadas y consulados de ultramar en simultáneo, son una manifestación tangible de esta política. En marzo de 2024, la tercera edición de esta carrera involucró a más de 140 representaciones diplomáticas y territoriales, con más del 80% de la red diplomática francesa participando y 18,000 personas en total. Estos eventos no solo promueven la salud y los valores olímpicos, sino que también refuerzan lazos diplomáticos y la identidad francesa en el extranjero, formando parte del legado de los Juegos Olímpicos de París 2024. Este tipo de iniciativas demuestran que la diplomacia deportiva es una herramienta multifacética que combina deporte, cultura y relaciones internacionales para alcanzar metas estratégicas.
Incluso en el siglo XXI, los vínculos históricos siguen siendo relevantes. El caso de Alessandro Frigerio Payán, considerado el primer colombiano en jugar en un Mundial (Francia 1938), es un testimonio anecdótico pero revelador de cómo la diplomacia familiar y el servicio consular pueden abrir puertas en el mundo del deporte. Su padre, Reinaldo Frigerio, fue nombrado cónsul de Colombia ad honorem en Lugano, Suiza, lo que facilitó el traslado de la familia y la posterior carrera profesional del joven futbolista en ese país. Este ejemplo, aunque menor en escala, ilustra el principio fundamental de la interconexión entre el mundo del deporte y el mundo de la política y la diplomacia.
La colaboración formal entre instituciones culturales y educativas también se ve reflejada en la renovación del acuerdo de cooperación entre el Instituto Cervantes y el British Council en septiembre de 2024. Este memorándum de entendimiento, firmado en un contexto de post-Brexit, busca ampliar la cooperación en áreas como la lengua, la educación y el diálogo intercultural, reconociendo que el deporte y la cultura son componentes inseparables de las relaciones bilaterales modernas. La geopolítica del fútbol, por lo tanto, no existe en el vacío; está intrínsecamente ligada a una red más amplia de actividades diplomáticas que utilizan el deporte como un medio para fines mucho más amplios.
El futuro del fútbol europeo: Desafíos estratégicos y transformaciones competitivas
El panorama del fútbol europeo, lejos de ser estático, está abocado a un período de profunda transformación que desafiará las bases mismas de su competitividad y estructura. Dos fuerzas convergen para moldear su futuro: cambios radicales en el calendario y las competiciones de clubes, y un nuevo orden geopolítico que redefine las alianzas y las rivalidades. La reforma de las competiciones europeas de clubes, aprobada por la UEFA y la ECA (Asociación de Clubes Europeos) para la temporada 2024/25, representa el cambio más disruptivo. El nuevo formato, que eliminará las fases de grupos de la Liga de Campeones y la Europa League, dará paso a una competición única con 32 plazas, seguida de otras dos ligas continentales. El acceso a la máxima competición estará dominado por un coeficiente histórico, favoreciendo a los gigantes del fútbol y reduciendo drásticamente el valor de las plazas obtenidas por clasificación nacional (solo 4 de las 32 plazas). Esta medida, que ha sido rechazada por todos los clubes españoles excepto por el Real Madrid y el FC Barcelona, amenaza con crear un desequilibrio insostenible en los ingresos por derechos televisivos, con proyecciones de pérdida para LaLiga que podrían alcanzar el 41.5%.
Este cambio estructural tiene graves consecuencias geopolíticas. La concentración del poder económico y el talento en unas pocas ligas y clubes europeos —como las españolas, inglesas e italianas— podría erosionar la diversidad competitiva y la capacidad de las ligas menores para competir. La disparidad de ingresos, que ya es enorme, se volverá inmanejable, lo que podría llevar al colapso del valor de las ligas domésticas en tan solo cinco años. Este nuevo orden podría redefinir las alineaciones geopolíticas dentro del fútbol, haciendo que los clubes y las ligas se alineen aún más con intereses económicos globales en lugar de lealtades regionales o nacionales. Además, la polarización política se intensificará en el ámbito de las competiciones. La relación entre el fútbol europeo y el Reino Unido se verá afectada por el Brexit y la "guerra de los migrantes" de 2021, que resultó en la muerte de 27 personas al intentar cruzar el Canal de la Mancha en botes. Si Inglaterra y Francia se enfrentaran en cuartos de final de un torneo, las tensiones post-Brexit probablemente añadirían una nueva y peligrosa capa de hostilidad al ya de por sí intenso derbi futbolístico.
En conclusión, el futuro del fútbol europeo parece encaminado hacia un camino de mayor centralización, desigualdad y polarización. Las instituciones como la UEFA y la FIFA tendrán que navegar con suma habilidad entre los intereses económicos de los clubes gigantes y el mantenimiento de un ecosistema competitivo sostenible. Simultáneamente, el fútbol seguirá siendo un fiel reflejo de la compleja geografía política del continente. Las rivalidades históricas, los conflictos territoriales y las luchas por la identidad nacional continuarán encontrando su expresión en los campos de fútbol. La diplomacia deportiva, como herramienta de poder blando, se hará aún más necesaria para gestionar estas tensiones. Sin embargo, la capacidad de las federaciones para imponer neutralidad en un mundo cada vez más fragmentado y politizado será uno de los mayores desafíos de la próxima década. La pregunta central será si el fútbol europeo puede adaptarse a estas transformaciones sin perder su esencia como un deporte popular y universal, o si, por el contrario, se convertirá en una simple mercantilización del conflicto, dominada por las dinámicas de un mercado global cada vez más concentrado.




:format(jpg)/f.elconfidencial.com%2Foriginal%2F0cd%2F867%2F987%2F0cd867987c4c38611a3d273ad89d3e9f.jpg)

Comentarios
Publicar un comentario