
Cinco meses después de su batacazo en las legislativas, el Partido Socialista portugués ha amortiguado el golpe en las elecciones municipales de 2025. Aunque el centroderecha del PSD logra imponerse por estrecho margen, el PS conserva fuerza territorial y planta cara en feudos clave. Chega (fascista), con tres alcaldías, celebra un hito simbólico en su implantación local, sin lograr todavía el sorpasso que ambiciona.
Portugal ha votado en clave local y el resultado ofrece matices que corrigen lecturas apresuradas. El Partido Social Demócrata (PSD, centro-derecha a derecha), que gobierna el país en solitario tras las legislativas de mayo, se ha impuesto por la mínima en los comicios municipales celebrados este domingo, con el control de 132 municipios, gracias a diversas alianzas. El Partido Socialista (PS, centro-izquierda) se queda a solo siete alcaldías de distancia, con 125, tras una campaña marcada por el intento de reubicación ideológica de su nuevo líder, José Luís Carneiro.
La fotografía es la de un país con un mapa político menos volcado a la derecha de lo que cabría esperar, tras el descalabro socialista de hace apenas medio año. Si bien el PSD recupera terreno en las grandes ciudades —Lisboa, Oporto, Sintra, Braga—, los socialistas logran retener o arrebatar bastiones relevantes, como Bragança o Viseu, donde la derecha acumulaba décadas de dominio. En porcentaje de voto, la ventaja del PSD es de apenas tres puntos: 35.1% frente al 32% del PS.
Implantación sin hegemonía
Quien también encuentra motivos para el brindis, aunque sin desatar el descorche, es la ultraderecha. Chega se anota por primera vez la alcaldía de tres municipios: Albufeira, Entroncamento y São Vicente. Son ayuntamientos menores, pero suponen un hito simbólico para el partido de André Ventura, que intenta convertir su potencia en redes y Parlamento en estructura territorial real. Lo ha conseguido parcialmente, sin despegar en las grandes ciudades y con un 11.8% del voto nacional.La falta de implantación y cuadros sigue limitando sus opciones, pese a candidaturas mediáticas como la de Rita Matías en Sintra. La campaña, muy centrada en la identidad nacional y el "orden", ha funcionado donde la política local queda desdibujada, pero no logra aún quebrar el cordón sanitario tácito en la mayoría de alianzas postelectorales.
Para el PS, los resultados suponen una descompresión electoral tras meses de crisis interna, dimisiones y la amenaza del modelo francés flotando en cada análisis. Carneiro, exministro del Interior, ha optado por recentrar el discurso y apostar por perfiles de gestión. La maniobra ha surtido cierto efecto ya que el partido conserva una presencia institucional significativa y neutraliza parcialmente el discurso de su irrelevancia política.
La pérdida de Lisboa y Oporto es un golpe simbólico, pero no una hecatombe. Lo esencial para el PS era resistir y confirmar que, más allá del revés nacional de mayo, conserva músculo territorial y un electorado fiel en áreas medias y rurales. Lo ha conseguido, en parte, gracias al desplome de participación de la derecha urbana que, en los sondeos, apuntaba a una victoria más holgada.
La lectura de los resultados exige más bisturí que brocha gorda. El país se divide, pero no se polariza. La ultraderecha crece, pero no arrasa. La izquierda sufre, pero no se disuelve. Y el centroderecha gana, sí, pero sin mayoría estructural. Lo que se refuerza es la pluralidad de actores políticos y la creciente fragmentación del poder local, en una democracia que sigue apostando por el contrapeso institucional frente al giro autoritario que algunos quisieran exportar.
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